La tragedia que conmocionó a toda la República Dominicana y gran parte del planeta arriba hoy a su séptimo aniversario sin que todavía los familiares de 236 personas que perdieron la vida en ese trágico evento vean la luz al final del túnel en el ámbito judicial.
Se trata del colapso de la legendaria discoteca Jet Set, que este sábado arriba a su séptimo mes con apenas el depósito de la acusación por parte del Ministerio Público contra los dueños del establecimiento, Maribel y Antonio Espaillat, quienes desde que fueron sometidos a la justicia, cumplen con libertad bajo fianza.
Ambos están acusados de homicidio involuntario, un delito que purga una condena pírrica en la República Dominicana de apenas dos años, lo que desvanece la búsqueda de justicia por parte de los familiares de aquellas 236 personas que pensaban que el 8 de abril sería un gran día gozable de la mano del legendario merenguero Rubby Pérez, antes de que todo el techo de la discoteca se derrumbara sobre ellos.
El Ministerio Público establece que, en sus acciones, como responsables de la operación del local de diversión que operaba en la avenida Independencia, del Distrito Nacional, los hermanos Espaillat incurrieron en homicidio involuntario y golpes y heridas involuntarias, delitos castigados en los artículos 319 y 320 del Código Penal dominicano.
La investigación se realizó a partir de una instrucción particular dictada por la procuradora general de la República, Yeni Berenice Reynoso, quien comisionó al director general de Persecución y a la fiscal del Distrito Nacional para que llevaran adelante el proceso penal, a fin de determinar las causas de la caída del techo de la discoteca Jet Set Club.
Los fiscales sustentan la acusación con cientos de elementos de prueba que comprometen la responsabilidad penal de los procesados, añadió la información.
Establecieron que los acusados agravaron su responsabilidad al sobrecargar la estructura del techo del local con equipos de climatización de gran volumen y tinacos de agua, sin realizar estudios técnicos que garantizaran la resistencia de la estructura. Además, ignoraron advertencias internas sobre el deterioro del techo, priorizando el ahorro de recursos a pesar de los riesgos evidentes.
La instancia resume los hallazgos que, al analizar la estructura de la edificación, documentaron los peritos Leonardo de Jesús Reyes Madera (ingeniero sismorresistente), Eduardo A. Fierro (presidente de la BFP Engineers) y Máximo José Corominas Quezada (ingeniero patólogo), designados por el Ministerio Público en su investigación del caso.
Lo que pasó en la fatídica noche
El baile en la disco se volvió una pesadilla. Lo que arrancó a todo volumen, con alegría y efusión, hace seis meses que acabó en tragedia. El Jet Set se convirtió en un cementerio lleno de ruinas y escombros. El resultado no pudo ser más horrible: 236 muertos y más de 180 heridos.
Fue en la madrugada del martes 8 de abril. Con el techo de la disco se derrumbaron, también, unos cincuenta años de historia y diversión. Allí se fueron importantes vidas: Rubby Pérez (“La voz más alta del merengue”), el expelotero Octavio Dotel, el diseñador Martín Polanco, la gobernadora Nelsy Cruz, el mayor general José Luis Domínguez Castillo, el señor Eduardo Grullón y su esposa Joanna de Grullón (ejecutivos del Banco Popular), Guarionex Estrella y su esposa Alexandra Grullón.
Lo sucedido perdura en la memoria colectiva, y se inscribe en los anales de las grandes tragedias. Por sus dimensiones humanas, económicas y sociales, lo del Jet Set ha sido la gran pesadilla urbana de la República Dominicana. La alegría se volvió un infierno.

Fue el último “lunes bailable”: una tradición clásica que murió esa madrugada. Lo ocurrido sigue estremeciendo. Al filo de la medianoche, sube Rubby Pérez a la tarima, acompañado de su hija Zulinka y de los demás miembros de la orquesta. Desde hacía unas horas, el público lo esperaba con entusiasmo y alegría. La presentación se había anunciado en grande y cientos de personas habían ido para ver y disfrutar al protagonista de la noche. No solo fueron dominicanos, sino también venezolanos y otros latinos, así como africanos y europeos. Este mosaico de nacionalidades reflejaba lo internacional que era “La voz más alta del merengue”.
A eso de las 12:40, cuando el merenguero estaba cantando “De color de rosa”, ocurre la desgracia: de repente, el techo se viene abajo y los presentes quedan aplastados por un montón de escombros, cemento y objetos. Desde ese momento, comienza la agonía. Unos logran sobrevivir, escapan de la tragedia. Otros, en cambio, mueren al instante. Los demás quedan atrapados. Todo es horror y desastre.
El 911 recibe más de cien telefonazos desesperados. Aplastada bajo el peso enorme de los escombros, la gobernadora Nelsy Cruz llama al presidente de la República y le informa de la situación. Unos minutos después, empiezan a llegar ambulancias y rescatistas. Arrancan unas labores que no terminarían sino un par de días después.
Los organismos de socorro entran en acción: remueven cimientos y escombros, buscan y sacan sobrevivientes. Los heridos son trasladados en ambulancias a los centros de salud más cercanos. Temprano en la mañana, van al lugar el presidente Luis Abinader y otras autoridades. Compungido y triste, llora el presidente. A sus lágrimas se unirían, más adelante, las del director del Centro de Operaciones de Emergencias (COE), Juan Manuel Méndez García. No era para menos.

Después de larga espera, llegó el informe oficial de lo sucedido, es decir, una radiografía forense de la tragedia. Se establecieron las causas del derrumbe, y las implicaciones de los hermanos Antonio y Maribel Espaillat, propietarios de la disco. Dicen que el techo del Jet Set ya había dado señales negativas, pues pedazos solían desprenderse de él, lo que obligaba a los empleados a recoger esos pequeños fragmentos.
Los Espaillat fueron llevados a la Justicia y tuvieron que pagar una fianza para quedar en libertad. Entre tanto, el caso sigue en los tribunales ahora con otra solicitud, hecha por ellos mismos: la de que se les permita realizar otro peritaje, bajo la responsabilidad de un ingeniero favorable a su causa.