Este 1 de diciembre es un aniversario más de la Independencia Efímera, un sueño proclamado por José Núñez de Cáceres hace 204 años, en 1821. Ese día, lo que nació como el Estado Independiente de Haití Español fue aborto histórico y tumba de la España Boba, un periodo de inopia, abandono y orfandad nacional. Le criticaron -y aún le critican- que no aboliera la esclavitud, como ya habían hecho la mayoría de las jóvenes Repúblicas de América Latina, independizadas de la corona española.

Para Juan Bosch, este país sufrió una “arritmia histórica” a principios del siglo XIX, cuando volvió al regazo de la Madre Patria (España), en vez de tejer su propia malla hacia la independencia. Se amarró a un pasado condenado, irrepetible y de esa manera, se condenó a sí mismo. Los tiempos habían cambiado y las fuerzas que empujaron a Núñez de Cáceres tenían otro signo histórico. La burocracia criolla y criollista, de la que Núñez de Cáceres era el gran protagonista, se estaba sacudiendo pero su mentalidad permanecía atada a un ideal muerto. Con españoles, pero sin España: de eso se trataba.

En realidad, la historia dominicana es un viaje permanente hacia la búsqueda de lo dominicano y, con ello, su identidad criolla, nacionalista o moderna. Lo de Núñez de Cáceres estaba condenado al fracaso: carecía de base popular y de aliento patrio. Esta falta de apoyo lo obligó a lanzar su aventura en brazos de la Gran Colombia, el gran proyecto de Simón Bolívar, quien no pudo responderle como lo esperaba. “El Libertador” tenía una deuda histórica con Haití y Antonio María Pineda, el emisario de Núñez de Cáceres, regresó de su misión con las manos vacías de promesas y de pertrechos. Tuvo que rascarse con sus propias uñas, hasta que vio morir su obra de inanición y falta de oxígeno.

Fue la culminación de Palo Hincado, el gran aldabonazo criollo de principios del XIX contra los franceses. Pedro Santana padre le cortó la cabeza a Jean Louis Ferrand, que derrotado y deprimido se había volado la tapa de los sesos en el monte. Montada en una pica, paseó la patética cabeza por los alrededores, proclamándola como botín de guerra. Juan Sánchez Ramírez, dominicano criollo con mentalidad y compromisos españoles, fue el gran vencedor. Pero la Junta de Bondillo, celebrada después de la victoria, decidió el regreso a la Madre Patria: sin fe en el espíritu de la nación, que ya se manifestaba con potente brío y aliento, los dirigentes acudieron a la corona española para revivir la agonía del pasado imperial.

La Independencia Efímera dio paso a las hordas del oeste, y se volvió cenizas bajo la bota inclemente de Boyer y sus secuaces. La invasión haitiana se prolongó durante 22 largos años; se cerró la Universidad de Santo Domingo, y la dominación haitiana fue absoluta. Núñez de Cáceres, amargado por el destino sombrío de su aventura, tuvo que refugiarse en Venezuela, primero, y después en México, donde murió en 1846. Fue allí gobernador y asambleísta. Lo reconocieron como intelectual y pensador. En Santo Domingo había lanzado el periódico “El Duende“, donde había publicado sátiras y tiras cómicas. Fue periodista, escritor, burócrata criollo, rector de la Universidad, semicreador de la Independencia.-

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