Entre todos los problemas que padece El Tamarindo, en Santo Domingo Este, sobresalen dos: el arreglo de una cañada y el alfombrado de las calles. Los residentes quieren y necesitan soluciones urgentes, ya que ambos padecimientos traen consigo otros males y limitan sus posibilidades de desarrollo.
Las imágenes muestran, con toda nitidez, lo que ocurre en el sector. El cabildo lleva meses encachando la cañada -que atraviesa la calle principal- para que no se desborde. Y allí, sobre la cañada hay un puentecito, casi listo para el tránsito. Sin embargo, los trabajos se van demorando y esto está provocando serios trastornos en la circulación de vehículos y caminantes.
El puentecito no está abierto aún: le falta la capa de asfalto final, para recubrir la superficie. Esto solo será posible cuando se cesen los chaparrones y permitan recobrar las labores. Mientras tanto, a su alrededor hay montones de tierra y desperdicios, que se vuelven un tremendo lodazal cada vez que llueve. Y, como estos días han sido de aguaceros a granel, aquello es un pantano.
El atraso en los trabajos se debe a las persistentes lluvias de las últimas semanas. Ante el malestar y las quejas de los moradores, el cabildo ha tenido que improvisar un paso provisional y estrecho para el tránsito vehicular-peatonal. Vehículos y personas tienen que desviarse por el caminito, puesto que no pueden pasar por el puentecito. Otros, en cambio, son más pacientes y, dispuestos a consumir más combustible, prefieren desviarse por completo para tomar otra ruta, tan larga como escabrosa.
La vía principal es un viacrucis. El cabildo está echando los contenes. Pero, mientras lo hace, los escombros se van amontonando en los extremos de la calle, y esto hace más angosto y horrible el camino. Dos vehículos en sentido contrario casi no pueden pasar al mismo tiempo. Se pierde más tiempo que combustible, y los conductores se exponen a grandes riesgos. La ruta es un calvario.
Barrio adentro, las calles están inservibles: son un disparate. Otra vez, personas y vehículos se maltratan bastante y deben afrontar un cruel viacrucis. Esta situación es peor en la comunidad de El Margara, abajo, en el fondo del sector. Las vías no sirven y los residentes tienen fuertes razones para estar desesperados. Y lo peor: el río Ozama, que pasa por el fondo, suele crecer llevándose todo a su paso; se mete en casas y negocios. Y todo aquello se vuelve una locura.