Política dominicana: manual de viejos patrocinadores

En República Dominicana existe un talento admirable: la capacidad de sorprenderse por cosas viejas, archiconocidas y repetidas hasta el cansancio. La clase política lleva días diciendo, que «hay que ponerse de acuerdo» porque el narcotráfico se está acercando demasiado a la política. Pero,
¿acercando? Por favor. Aquí los narcos no se han acercado: han vivido adentro del aparato político y militar mucho antes de que existieran las redes sociales.

Lo curioso es que, frente a cada escándalo, surgen voces muy solemnes diciendo: “Esto es un problema de todos los partidos; debemos unirnos y solucionarlo.” Como si el desastre hubiera caído del cielo, como si la política dominicana fuera una víctima inocente de los narcos y no la que les abrió la puerta, les puso alfombra roja y hasta les entregó la llave de la impunidad.

Porque si algo ha demostrado la historia dominicana es que ningún narcotraficante opera sin la bendición o complicidad del Estado, ya sea del lado político o del militar. No uno, ni dos. Ninguno lo ha hecho solo. La lista es larga y vergonzosa. Cuando la DEA pide extradición, casi siempre es un 2×1: el narco y su enlace institucional.

Para muestra, un botón: lo que reveló el caso de Quirino, las implicaciones políticas alrededor de Arturo del Tiempo, las conexiones señaladas por el mismo Figueroa Agosto, o la red que permitió sobrevivir tanto tiempo a César El Abusador, quien parecía tener más protección que un Embajador.

Por eso es tan irónico escuchar a los partidos decir que hay que «sentarse a buscar una solución». Sentarse, sí, pero en el banquillo. Porque han sido ellos mismos quienes construyeron el ecosistema perfecto para que este tipo de personajes entren, financien, asciendan y, en ocasiones, hasta se conviertan en símbolos de «renovación».

Ahí están las leyes de Partidos Políticos у la de Régimen Electoral: hermosas en el papel, pero inútiles en la práctica. Le pusieron un tope a los gastos, pero “olvidaron” crear mecanismos reales para fiscalizar. Y luego se niegan a hacerlo. Es como poner un candado pero dejar la puerta abierta, y después indignarse porque se metieron a robar.

¿Pero, por qué es tan fácil para los nacos entrar a los partidos políticos?

¡Es un tema de dinero ! Los partidos reciben fondos públicos de la JCE, pero esa liquidez se evapora misteriosamente, (nunca hay cuarto para las candidaturas que no son presidenciales) por lo que es mejor si el candidato llega con su “pan bajo el brazo”.
Las bases, los líderes comunitarios, la gente con trayectoria y trabajo… a esos los ven como gastos, no como inversión. Por eso no dudan en sacar de la fila a un dirigente serio para colocar a alguien «que venga con su propio presupuesto». Es decir, el candidato ideal es aquel que evita que el partido gaste.

Han sido factores como horizontalización del internet, una clase media más despierta y la participación de una ciudadanía más informada, que han convertido las campañas en un espacio más vigilado. Eso tumbó aspiraciones como las de un candidato a diputado de Hato Mayor llamado “W la Letra», que se vuelva a postular la ya diputada por el PRM Rosa Pilarte o el ya condenado (diputado en funciones) Miguel Gutiérrez. La gente no lo deja pasar tan fácil ya.

Mientras tanto, los mejores cuadros —los que de verdad quieren servir— se están quedando fuera. No por falta de espíritu democrático, sino porque los costos económico y moral de participar en los certámenes electorales son demasiado alto. Y el mensaje está claro: sin dinero, no hay silla en la mesa.

De cara a 2028, el desafío no es que los partidos «dialoguen», sino que asuman responsabilidad histórica. Dejen de hacerse los pendejos, cierren las entradas que ellos mismos abrieron y conviertan la política en un espacio donde el mérito compita con el dinero… y no donde el dinero decide quién merece competir.

Porque, por más declaraciones indignadas que escuchemos, la verdad es simple:
los narcos no se infiltraron en la política. La política los adoptó.

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